martes, 31 de marzo de 2009

Héroes

El loro Willie ha sido condecorado por la Cruz Roja de Estados Unidos por salvar a un bebé. El pájaro parlante, oriundo del estado de Oregón, ha sido proclamado héroe. Al grito de "Mamá, bebé", Willie alertó a la canguro de que el pequeño se estaba ahogando.
Nunca he sido partidario de otorgar las misma consideración a los animales que a las personas. ¿Puede ser un animal un héroe? Sí para la Cruz Roja yanqui. Mi abuela también lo pensaba. "¡Cojones!, yo quiero más a los perros que a las personas", solía decir. Y me encantaba cuando cocinábamos a escondidas arroz con pollo para el hispano-bretón que teníamos en casa.
Mi abuela siempre ha sido una rebelde. De derechas y franquista, pero una rebelde. Tanto, que llegó al votar al presidente Felipe González, del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), porque le parecía apuesto. O porque se creyó lo de las pensiones. Que la derecha las iba a suprimir. ¿Quién sabe? Aunque todo esto, como casi todo lo que se cuenta en los libros de historia, son sólo rumores más o menos contrastados.
Hay héroes por accidente y los que hacen de ellos su profesión. Como los bomberos. La semana pasada, un bombero tailandés salió en la prensa después de rescatar a un niño autista que se había subido al tejado de su colegio porque no quería ir a clase. No había quien hiciera bajar al menor. Yo tuve una infancia feliz en la escuela, pero imagino que muchos entenderán perfectamente la agonía del pequeño.
La madre le contó a los bomberos sobre la gran afición de su hijo por los héroes de los cómics. Uno de ellos salió disparado hacia la estación y volvió disfrazado del héroe de Marvel.
"Le dije que Spider-Man estaba aquí para rescatarlo, que no había monstruos y le dije que andara hacia mí ya que correr será peligroso", explicó el eventual hombre-araña.
El agente explicó que también guarda un traje del héroe japonés Ultraman para amenizar en los colegios cuando se produce algún incidente que requiera su intervención.

Jordi Calvet

Cuadro de una cama de tortura pintado por un superviviente del holocausto jemer

En la ficción del cómic también hay héroes, o antihéroes, que parecen sacados de una pesadilla.
Los camboyanos asisten al juicio contra lo que queda del Jemer Rojo, la guerrilla maoísta que exterminó a 1,7 millones de personas, prácticamente un cuarto de la población, entre 1975 y 1979. Se dice que no hay familia que no haya perdido a algún miembro o varios durante durante el genocidio cometido en los "campos de la muerte". El Hermano Número Uno, Pol Pot, que murió de muerte natural en 1998, y los suyos sembraron el terror al intentar crear una utopía agraria; retroceder hasta el año cero.
Sin embargo, el proceso judicial no abordará el papel de Estados Unidos y China en la victoria jemer. Los primeros crearon un clima de desestabilización que favoreció a los seguidores de Pol Pot, al bombardear gran parte del país durante la guerra de Indochina. Supongo que el ex secretario de Estado Henry Kissinger también es otro héroe controvertido, aunque siempre trabajase entre bambalinas. El gigante asiático no sólo fue el inspirador ideológico de los jemeres sino que también los respaldó diplomática y financieramente.
Hay quienes siguen venerando a los líderes jemeres como si fueran dioses budistas, a pesar de que religión fue, junto con la cultura y la ciencia, la primera víctima de estos fanáticos maoístas. Quienes hacen apología del terror jemer aducen que también construyeron escuelas y hospitales para los más pobres; que Pol Pot no podía controlar a todos sus generales.
Oligofrénicos o lunáticos, qué más da. Cientos de camboyanos, y algunos tailandeses que cruzan la frontera, acuden a la tumba del Hermano Número Uno, cerca de Tailandia, para mejorar su suerte. Piensan que su espíritu es poderoso. Muchos acuden con décimos de lotería.
Las autoridades han aprobado un plan valorado en un millón de dólares para preservar las zonas de las sierras camboyanas donde se escondieron los últimos guerrilleros del jemer rojo hasta 1998. El proyecto incluye cobrar entradas a los miles de turistas extranjeros en busca de morbo y patetismo que esperan recibir.
Me contaba un amigo bastante "friki" que los héroes se miden por los villanos a los que se enfrentan. La altura de Batman no depende de sus alas y su vehículo ergonómico sino de la vileza de su archienemigo el "Joker". Precisamente, esta visión maniquea es la que se aplica cuando se juzga a los que perdieron la guerra.
Por más razones que haya para condenar a los depravados jemeres, me temo que el juicio dejará muchos cabos sueltos. Me pregunto: ¿quiénes serán los héroes en esta historia?
Sinceramente, yo me quedo con el bombero y hasta con el loro.

viernes, 20 de marzo de 2009

El tigre se jubila

Cuento de la tradición oral laosiana:

Hace mucho tiempo había un precioso bosque con árboles altos, ríos anchos y una jungla espesa habitada por todo tipo de animales. Había cocodrilos, osos, ciervos, conejos, ardillas, pájaros y serpientes. Y el rey de todos estos animales era, por supuesto, el tigre.
Una tarde el tigre estaba descansando bajo la sombra de un alto árbol. De pronto, vio a un ciervo pasar corriendo.
El tigre sonrió. "Ahí va mi cena".
El tigre saltó y corrió detrás de su presa.
Normalmente, los tigres pueden cazar a los ciervos. Pero los tigres viejos no son tan rápidos. Los tigres viejos pierden velocidad. El corrió y corrió y pero el ciervo corrió y corrió también. El tigre estaba cansado. No podía alcanzar al ciervo. Era demasiado veloz. "Olvídalo", se dijo el tigre. "¡Abandono!".
El tigre convocó una reunión de todos los animales. "Como todos sabéis, yo soy el rey de la jungla. He sido un buen rey. Por supuesto, me he comido a algunos de vuestros parientes, pero debo comer. ¿No comen ratones las serpientes? ¿No comen monos los cocodrilos? ¿NO tengo razón?".
"Sí, sí, tienes toda la razón", respondieron todos los animales al tiempo que asentían con la cabeza.
"No como demasiado", continuó el tigre, "quizás un delicioso cervatillo para cenar o una serpiente como aperitivo. ¡Oh! Lo olvidé. Los tigres no comen serpientes". El tigre se lamió el hocico, mientras el ciervo y la serpiente se escondían detrás de un árbol.
"Lo siento mucho. No pretendí asustaros... No convoqué esta reunión para comeros. Os llamé para contaros algo importante. Me estoy haciendo viejo. Mis ojos no son muy buenos. No puedo ver muy bien. Mis oídos no son muy buenos. No puedo oír muy bien. Mis piernas no son muy buenas. No puedo correr muy bien. Me retiro. Voy a jubilarme. Voy a meterme en una cueva para meditar. Por favor, amigos, no me molestéis. No turbéis mi paz. Pero si tenéis alguna disputa y no podéis solucionarla, entonces venid a mi. Mis ojos no son muy buenos, mis oreja no son buenas, mis piernas no son buenas, pero mi mente es todavía muy buena. Puedo ser todavía un buen juez. Ahora, adiós mis queridos amigos".
Y el tigre se giró y anduvo lentamente hacia la cueva. Los animales lo observaron. "Adiós, Rey Tigre, Te echaremos de menos", dijeron.
Pero, tan pronto como el tigre entró en la cueva y perdieron de vista su cola, todos los animales gritaron de júbilo y rieron, bailaron y cantaron.
En aquel bosque vivía un conejo. El conejo vivía en una acogedor y templado agujero en un precioso árbol. Un día, el conejo salió de su agujero para buscar algunas zanahorias que comerse.
Unos pocos minutos más tarde, una perdiz se posó volando sobre el árbol. Las perdices son un pájaro pequeño que vive en los árboles.
"Qué lindo pequeño agujero hay en este árbol", afirmó la perdiz. "Parece un lugar muy cómodo para vivir".
La perdiz saltó al interior del agujero.
"Es un bonito agujero, muy confortable. Viviré aquí". Y la perdiz se echó y cayó dormida en el confortable agujero en el encantador árbol.
Pronto, el conejo volvió al árbol y encontró a la perdiz durmiendo en el agujero. "¡Sal de ahí!, gritó el conejo. "¡Sal de mi casa!".
"Esta es mi casa ahora", dijo la perdiz. "Yo vivo aquí ahora".
"Es mi casa", contestó el conejo. "¡Ahora, sal!".
"No, ésta es mi casa", repitió la perdiz, "¡sal tú de aquí!".
"Es mi casa", dijo el conejo.
"Es mi casa", replicó la perdiz.
La perdiz y el conejo discutieron, discutieron y discutieron.
"Estoy intentando dormir", se quejó el mono. "¿A qué viene tanto ruido?".
"Salí a buscar algunas zanahorias y esta perdiz se mudó a mi casa", dijo el conejo.
"Es mi casa ahora", insistió la perdiz. "No veo ninguna señal que diga: 'Casa del Conejo'".
"Si tenéis una disputa, debéis ir a ver al viejo tigre en la cueva. Él decidirá. Es viejo pero conserva una mente clara. Id a verle", dijo el mono.
El conejo y la perdiz subieron a la cueva.
"Perdone, Rey Tigre", afirmó el conejo, "tenemos un problema, ¿nos puede ayudar?".
"Por supuesto", dijo el tigre con una gran sonrisa. "Estoy aquí para ayudaros. ¿Qué puedo hacer por vosotros?".
"Bueno", dijo el conejo. "Yo vivo en un agujero en un árbol. Dejé mi agujero para buscar algunas zanahorias. Sabe que a los conejos nos gusta mucho las zanahorias. ¡Volví a mi casa y encontré a esta perdiz allí dentro!".
"¡Es mi casa ahora!", replicó la perdiz. "Estoy viviendo en esa casa".
"Se trata de un caso muy interesante. Creo que puedo decidir sobre el problema. Ven aquí, perdiz, permíteme contarte mi decisión", dijo el tigre.
Y la perdiz se acercó donde estaba el tigre. El tigre agarró a la perdiz con sus garras y abrió ampliamente su boca.
¡Cranch, cranch, cranch!
"Gracias", dijo el conejo, "ahora puedo vivir en mi agujero".
"Por supuesto, tienes razón", señaló el tigre. "Tú vivías en el agujero antes de que llegara la perdiz. Ya no tienes que preocuparte por ella nunca más. Ahora ven y dame la mano". El conejo dio la mano al tigre. Entonces, el tigre agarró al conejo y abrió ampliamente sus fauces.
¡Cranch, cranch, cranch!
El tigre se comió al conejo.
"Estaba delicioso", dijo el tigre. "Espero que haya más discusiones en la selva".

Asilos y la felicidad

"Vivid con serena superioridad ante la vida..., no temed la desdicha ni añorad la felicidad, pues ambas actitudes vienen a ser lo mismo. La amargura no se prolonga eternamente y la medida del placer nunca se completa." ("Archipiélago GULAG", Alexandr Soljenitsin)

Los campos humeaban todavía por los incendios provocados para limpiar la tierra. Mujeres y niños de la etnia khamu removían las cenizas en busca de semillas. El norte de Laos se convierte en una enorme chimenea en los meses previos a la siembra, a finales de marzo. Nuestro guía, Nee, se giró hacia nosotros y preguntó:

- ¿Es cierto que en vuestros países hay casas donde las personas mayores viven? ¿Donde pueden escuchar música, bailar y jugar a las cartas?
- Sí, es así más o menos. Aunque no siempre están felices. ¿Dónde van las personas mayores en Laos?
- A ningún lugar. Los hijos se encargan de su cuidado.
- ¿Y si no pueden tener hijos?
- Pues adoptan uno.
- ¿Y si se mueren los hijos antes?
- Es un problema -se quedo pensativo por unos segundos-. Aunque los monjes siempre pueden echar una mano.

Nee vive en una aldea de la etnia khamu junto a la carretera. Todos los días, se sube en su destartalada moto de fabricación china y recorre los 8 kilómetros que lo separan de Luang Prabang. Se casó hace apenas un año. "Ahora parezco más viejo", lamenta con una mirada pícara.
Nee está embarazado de tres meses "a causa de la cerveza". La sonrisa de dibuja de forma liviana en su rostro. Su piel color café y su nariz chata delatan su origen étnico.
Tuvo la oportunidad de ir a la universidad en Luang Prabang, donde estudió inglés. Durante los años de la carrera, el Estado ordenó la "reubicación" de su aldea. Al parecer, el poblado se resistía a dejar de plantar el opio. Cuesta creer que los khamu, que viven en cabañas de chamizo y viven de la agricultura de subsistencia, tengan acceso a los estudios superiores. No obstante, me sorprendió que Nee desconociera la figura de "Che" Guevara. ¿Qué pasa con la solidaridad comunista?

La Tierra del Millón de Elefantes

Hace seis siglos, el reino de Lan Xan ("Tierra del Millón de Elefantes" en laosiano) era temido por sus vecinos. La idea de enfrentarse a un ejército formado por tal número de paquidermos estremecía a cualquier enemigo.
Laos, el nombre moderno de Lan Xan, no sólo dejó atrás los años gloriosos sino también su vasta población de elefantes. En el presente, quedan unos 1.000 ejemplares salvajes y menos de 2.000 domesticados.
Al menos, no vi ninguno mendigando por las calles como ocurre en Bangkok.

El chino pretencioso

En un templo monástico de Luang Prabang. Sentados en torno de una mesa: una francesa, un monje políglota y yo. Se acerca un nacional chino, de unos 24 años, barbilampiño y con la cara redonda como la luna. Sus ojos miopes exhibían una gran inteligencia y nulas habilidades sociales. El sujeto nos suelta algo así como:

"Estudié Ingeniería. Terminé a los tres años, antes de tiempo. ¡La carrera era tan fácil! No entiendo por qué otros tardan tanto en acabarla. Trabajo para Microsoft. En mis ratos libres estudio griego y latín."

Los chinos pueden estar orgullosos de haber conseguido revolucionar la economía mundial con sus artículos fabricados con obra de mano barata. Sus habilidades comerciales les han convertido en dueños de todos los dólares que ahora necesitan las maltrechas empresas de EE.UU.. Esto lo han conseguido de una forma discreta, humilde y esquiva. Incluso las billonarias inversiones que realizan en África para abastecerse de recursos naturales son llevadas a cabo grandes puestas en escena.
Este chino pretencioso que encontré en Laos, con su pomposa presentación, rompe los principios de moderación y equilibrio del taoísmo y confucionismo. Encima, tampoco sabía tanto griego.

- "Filosofía" viene del latín.
- Etimológicamente, "filosofía" proviene del griego y significa "amor por la sabiduría"-, le corregí.
- Sí, y también del latín-, insistió.

Esclavizados por las cámaras de fotos

Todo buen turista viaja con una cámara; a veces con dos, una de vídeo y otra de fotografía. En la era analógica, las imágenes terminaban en instantáneas de papel que mi madre se empeñaba en mostrarme y comentarme una y otra vez. La mayoría eran malas, pero tengo que reconocer que muchas de ellas habían conseguido atrapar momentos entrañables en las cataratas de Iguazú, en Montmartre o en Rio de Janeiro. En estos días, la tecnología digital nos permite disparar 300 fotografías, que luego olvidaremos en alguna carpeta de nuestro ordenador.
Lo peor de todo esto es que vislumbramos los monumentos o parajes naturales a través del objetivo. Su alzamos la vista, nuestros ojos se entornan como los de un topo, poco acostumbrado a la luz natural. La realidad pierde interés sin la máquina que retrata.
Los japoneses han exportado universalmente la manía de fotografiar compulsivamente hasta la más remota columna.
En Luang Prabang, Laos, dejé la cámara en el hostal (y no me la robaron):

El sol se pone parapetado tras la gran nube de humo que envuelve Luang Prabang. Lo colores se apagan lentamente. Pronto el misterio te envuelve las calles nocturna, donde serpientes y mariposas de tenues bombillas revolotean en la penumbra. No hacen falta fotos para ver esto. Imagínalo. Asciendo al templo. Sombras naranjas deambulan por entre los árboles. Sus cabezas rapadas destellan en la oscuridad. Un foco de luz magnifica el edificio sagrado, cuyos tejados se dejan caer hasta el suelo, como perezosos.
Los pilares, corintios. Los macizos muros me parecen casi románicos. Distintas formas de creer bajo una misma espiritualidad.
Una lechuza -así me los parece- ulula detrás de la maleza. Los grillos y batracios entonan una serenata de chirría y croa.
La oscuridad, donde las cosas de funden, es un buen lugar para recordar. Las ciudades modernas nos ciegan con sus luces de día y de noche. Lo japoneses hacen como los cortijos andaluces en el verano. ¡Cierra puertas y ventanas! Fresca penumbra.
He encontrado pocas banderas comunistas en Luang Prabang. Las hoces y martillos sobre rojo no van con el aire colonial de las casas de madera pintadas de marrones, ocres y blancos. El Mediterráneo se asoma en esta perla asiática, lugar de retiro de los colonialistas franceses. Cuna del espíritu y de la olvidada Corona laosiana. Setecientos años de historia.
Tampoco veo muchos frangipanis, la flor emblema nacional. Parece que prefieren la versión de plástico, inmarchitable.
Vino de arroz, bolsos y camisetas en el mercado. Hoy no hay ardillas y topos, dulce manjar. Una ordenada hilera de túnicas naranjas (¿o azafrán?) avanza por entre los puestos en el suelo.
"No mires atrás o romperán el sagrado orden"
¿Quién necesita terapias si se puede deambular sin fin? Las calles invitan al paseo sin las ínfulas de las bellas avenidas romanas y parisienses.
El río Mekong, repleto de historias de guerras y opio, abraza la ciudad tranquila, asentada sobre un meandro. Siempre me han gustado los rincones, donde te puedes acurrucar y ponerte a observar tranquilamente.
Y venga con confundir a los laosianos con los vietnamitas. Será porque ambos son comunistas..., y también capitalistas ahora. En el fondo la raza asiática nunca ha dejado de ser comerciante. Vanos sueños de Mao y Ho Chi Minh. Del laosiano, ni recuerdo el nombre.
Los laosianos no sonríen mucho, pero son amables. Gente sencilla, parientes cercanos de los tailandeses. También comen Tom Yum o sopa picante de gambas. El arroz glutinoso me cuentan que es originario de Laos.
En febrero y marzo, Luang Prabang huele a chimenea. Me recuerda a las Navidades en casa. A la dichosa chimenea le da por escupirnos los humos a la cara. Aquí, los agricultores queman las hierbas. Limpian la tierra antes de plantar el arroz. El monzón no tardará en llegar.
-Por las mañanas, esta ciudad parece Londres cuando cae la niebla-, me dijo un británico (perdón, inglés).
El viento sopla fresco y condescendiente. Los bares cierran pronto. Los mochileros se van a los albergues. Unos dormirán y otros fumarán a escondidas la psicodélica marihuana local.
Esto lo escribí en un papel de cuaderno. Como cuando tenía 13, 14 o 15 años. ¡Qué poco he cambiado!

jueves, 12 de marzo de 2009

Cornada a la tailandesa

En la antigüedad, los guerreros tailandeses se tatuaban animales y símbolos budistas para protegerse de las armas enemigas. La tradición continúa hasta nuestros días. Miles de tailandeses -sobre todo policías, soldados y criminales de variado pelaje- acuden todos los años a recibir la bendición de los monjes. A medida que los tatuajes recobran toda su energía, los creyentes son poseídos por el animal tatuado. En su transformación momentánea, gruñen, se arrastran y hasta se lanzan en una carrera agónica e inexorable hacia la figura del venerado abad del templo. Desde hace años, una marabunta de periodistas se suma a cada edición de semejante espectáculo. Mi amigo Raúl realizó un vídeo el año pasado





En ocasiones, sufrimos algún accidente al interponernos en la carrera de los que entran en trance. Una actividad de alto riesgo. Así es como una colega recogió con su cámara la cogida que sufrí en aquel ruedo místico la semana pasada:

viernes, 6 de marzo de 2009

Érase una vez una noticia

Érase una vez una pobre noticia que no llegó a publicarse. Hoy día, las informaciones mueren jóvenes, prematuras. Pero esta vez ha sido un aborto. Un medio español se ha negado a publicar esta noticia. "Porque no interesa. Es sólo un cura. Nos van a llamar la atención...". Pues ahí va, para mis pequeño gran grupo de lectores:

Misionero español: "A Tailandia no hemos venido a convertir a nadie"

El misionero y profesor español Eduardo Dominguez aseguró hoy que el objetivo de las congregaciones de la Iglesia Católica en Tailandia no es la conversión de los budistas nativos sino prestar apoyo espiritual y material a los creyentes cristianos.
"Durante mis 25 años como profesor de español en Tailandia, he tratado de inculcar los valores universales de generosidad y respeto a través del compromiso y el ejemplo", afirmó el sacerdote, quien ahora se dedica exclusivamente a las tareas pastorales en la Diócesis de Chiang Mai, en el norte del país.
Dominguez se encuentra en Bangkok con motivo de la conferencia "La enseñanza del español en Tailandia y Vietnam: Perspectivas para el siglo XXI", que entre ayer y hoy ha reunido a más de 50 personas relacionadas con la docencia y la promoción del castellano como lengua extranjera.
Una parte del simposio estuvo dedicada al fomento de los valores humanos como herramienta de aprendizaje, así como a la resposabilidad social de los académicos.
Domínguez, miembro de la Fundación Fernando Rielo, afirmó que "la educación hoy día se ha convertido en algo demasiado mecánico y superficial, la docencia exige compromiso y generosidad además de trasmitir conocimientos".
El religioso, que impartió clases en las universidades de Chulalongkorn y Ramkhamhaeng de la capitla tailandiesa, subrayó que los misioneros saben distinguir entre su tarea apostólica y la docente.
"Aquí no hemos venido a convertir a nadie. Los misioneros de la fundación tenemos la obligación de trabajar y, en la Diócesis, nos limitamos a prestar apoyo espiritual, y muchas veces material, a los creyentes católicos", apostilló.
"Estamos abiertos a las otras comunidades y, por supuesto, daremos la bienvenida a quien decida convertirse al Catolicismo guiado por nuestro ejemplo", prosiguió Dominguez.
Para el misionero, las aulas también han sido una oportunidad para aprender de los alumnos tailandesese desde el respeto mutuo.
La Fundación Fernando Rielo cuenta en Tailandia con nueve religiosos y siete religiosas, entre los que se encuentran cinco españoles, un mexicano y los demás son tailandeses.
Una misionera imparte clases de castellano en la Universidad de Chulalongkorn, la más antigua del país, y otras dos lo hacen en Ramkhamhaeng, la que cuenta con mayor número de alumnos.
La Fundación, creada en 1954 por el escritor y poeta Fernando Rielo, tiene destacadas misiones con fines religiosos, humanitarios y culturales en una veintena de países repartidos en Europa, América, África y Asia.

De la cárcel a los Juegos Olímpicos

Cuando le colgaron 15 años por un robo a mano armada, a Amnat Ruenroeng le bullía la rabia que le bullía dentro sólo era comparable a su congoja. Las cárceles tailandesas son temidas por locales y extranjeros. No por casualidad, este país es conocido por las prostitución, sus playas y... sus masificadas prisiones. Amnat era inquilino de una de ellas por tercera vez.
De pequeño, le habían roto de pequeño alguna costilla -luego él rompió otras- peleando en combates de muay thai o boxeo tailandés. En la prisión, sus habilidades en la lucha le sirvieron para entrar en el equipo de boxeo internacional (en el que se pelea sólo con los puños). El Gobierno inició este programa hace más de diez años. ¿No es una locura enseñar a criminales a dar mamporrazos? Lo cierto es que ha disminuido la violencia en las cárceles.
"Ahora los internos tienen una válvula de escape para su agresividad, de una forma deportiva y reglada", me dijo el director de la prisión de Thonburi, Preeda Nilsiri.



Dos internos entrenan en el cuadrilátero de la prisión de Thonburi

Anmat fue ganando combates en la prisión y, en 2007, llegó su momento. Ganó un campeonato nacional de boxeo y las autoridades tailandesas le concedieron la libertad condicional cuando sólo había cumplido cuatro años de condena. La historia podría terminar aquí. Un final feliz.
Pero hay más. Ammat ingresó la selección tailandesa de boxeo. A finales de aquel año consiguió la medalla de bronce en el Campeonato Mundial de Boxeo Amateur en la categoría de peso minimosca y, en 2008, llegó a los cuartos de final de los Juegos Olímpicos de Pekín. Se obró el milagro. El endurecido ex criminal y ex toxicómano había cambiado las navajas y el papel de orillo por los guantes de combate.
Cientos de prisioneros en toda Tailandia se afanan para emular a su ídolo. Yo mismo lo vi en los ojos de los jóvenes de la prisión de Thonburi, quienes entrenaban estoicamente bajo el calor inclemente de la tropical Tailandia. Nadie hubiera dicho que se encontraban en una cárcel, excepto por los guardias y los muros de hormigón coronados por alambre de espino.
"Quiero dejar atrás todo lo malo que he hecho y dedicarme al boxeo profesional", me dijo Jirapong Junpha, a quien le cayeron tres años por consumo de anfetaminas. No te aflijas tanto, Jirapong, en Europa o Estados Unidos sólo te habrían impuesto una multa. Aquí lo separaran de su mujer y sus dos hijos por tres largos años.
Ha sabido aprovechar los dos años y medio que lleva en el trullo. El mes pasado, ganó una medalla de bronce que le puede abrir las puertas del boxeo profesional.
Komson Patangkum, quien cumple tres años por robo, se llevó otra medalla de oro en el mismo campeonato. Ahora una sonrisa se dibuja en su rostro, normalmente inexpresivo. En sus hombros, dos dragones tatuados le protegen de todo mal. Según la tradición budista.



Prisioneros descansan tras entrenamiento de boxeo

Uno se imagina una cárcel más violenta y desorganizada. La de Thonburi no se parecía a las infectas cárceles asiáticas que salen en las películas. Los internos se afanaban en limpiar los escasos jardines y reinaba un ambiente relajado. Aunque la mayoría no podían ocultar sus facciones endurecidas por la vida ilegal y los numerosos tatuajes, saludaban con sumo respeto a los guardas. ¿Puro teatro? Seguramente.
En cualquier caso, los elegidos pueden escapar del lugar con ayuda del boxeo. Salir victorioso en un campeonato, ése es el precio.
En la cárcel de Thonburi cuelga un cartel de Ammat y de otra ex convicta, Samson Sor Siriporn, quien ganó el campeonato mundial de boxeo en categoría de minimosca. Viene escrito: "Superestrellas para el mundial de londres 2012". Es el cuento de la cenicienta aplicado a criminales y drogadictos. De la cárcel a los Juegos Olímpicos.

El templo de la moda

Desde el famoso desfile de sotanas y birretes en la película "Roma" de Federico Fellini, la moda y la religión nunca han estado más unidas. El otro día visité un templo budista en Bangkok acoge una escuela de diseño y moda, cuyas aulas colindan con las aulas de meditación.
Algunos fieles no ven con buenos ojos que los estudiantes -en ocasiones jóvenes con cortas faldas y alegres escotes- se crucen en los pasillos con recatados monjes, que por su religión tienen prohibido cualquier contacto físico con las personas del sexo contrario.
Pero los religiosos parecen realizar sus tareas rutinarias con total normalidad. Mientras unos rezan ante doradas figuras de Buda y realizan meditación entre cirios e incienso, otros diseñan y cortan telas ente maniquíes y máquinas de coser.





La escuela se llama Instituto Internacional de Diseño Chanapatana (CIDI, en sus siglas en inglés) y se encuentra dentor del templo Dhammamongkol
"La escuela de moda es una actividad muy positiva para el templo y la comunidad. A los monjes no nos molesta en absoluto", me dijo uno de los religiosos que allí vive. Sin duda, el Budismo es una de las religiones más tolerantes.
La idea de crear la escuela surgió cuando el abad del templo, Viriyang Sirintharo, visitó Italia a principios de los noventa en busca de escultores italianos para que moldeasen una imagen de buda a partir de una roca de jade.
La figura, con un peso de 14 toneladas, está inscrita en el Libro Guiness de los Récords.
El venerable monje entendía que a Tailandia le convenía formar a buenos diseñadores y artistas para crear sus propios productos, en lugar de copiar lo que viene en Europa y América.
Lo único que no se han decidido a cambiar son las túnicas de los monjes. Seguirán siendo naranjas y enrollada por el hombro, como toda la vida.

La lluvia ha parado

La humedad queda flotando después de la lluvia.
las gotas de sudor caen despavoridas por las pieles de
ricos y pobres.
Algunos niños ennegrecidos por el polvo juegan a pedir limosna,
o quizá sea cierta su miseria.
Otros no sonríen. Igual sólo jueguen.
Los turistas pasamos por entre leprosos, niños y ancianos
tirados en la calle como si fueran pivotes del mobiliario
urbano.
Pero no hay nada más injusto que la conmiseración
del efímero turista. Con cada moneda extirpan una culpa.
Ay, la ausencia de religión. Ya no podemos encender velas.
Qué paradoja que muchos indigentes estén en el fondo
y en la forma mejor organizados que los habitantes del primer mundo.
Ellos también tienes jefes. Hasta un horario para ocupar sus puestos
en la acera y vender pena.
Más que mafias, son organizaciones con ánimo de lucro. ONG que explotan
a los pobres, de una forma menos hipócrita que otros.
Menos da una piedra, me dijo el anciano sin dedos.