jueves, 28 de mayo de 2009

La ciudad india de Le Corbusier


Mientras que en la mayoría de las ciudades indias reina el caos, Chandigarh es un remanso de armonía y equilibrio. La ciudad se asienta en las faldas de la cordillera del Himalaya, en el norte de India. En 1951, el primer ministro indio, Jawaharlal Nehru, encargó al visionario arquitecto suizo Le Corbusier el diseño de la nueva capital de Punjab, divido tras la partición de Pakistán. El tráfico transcurre fluido por esta ciudad, que se ha convertido en la residencia de adineradas familias indias, en su mayoría de religión sij.
Abajo adjunto un vídeo de youtube. Atentos a las poses de un joven sin identificar.


Apología de las sandalias

"Te van a mirar por encima del hombro si vas con sandalias", me advirtió Vithaya. Me previno de que un calzado adecuado era indispensable para ganarte el respeto de los indios. Lo mismo ocurre en Tailandia y en Malasia y, probablemente, en todo el sur y sureste de Asia. El clima tropical de estas zonas convierten a las sandalias en el calzado más apropiado para combatir el calor. Sin embargo, en reuniones, no necesariamente formales, son inapropiadas. Sólo los monjes y las mujeres pueden permitirse este lujo.
Tras visitar Amritsar, Vithaya me propuso viajar a otra ciudad de del norteño estado de Punjab. Nos recogió un coche. La verdad es que no sabía de dónde había salido. A unos 30 kilómetros, paramos en Jalandhar, una pequeña ciudad limpia y ordenada de escaso interés cultural o turístico. Para mi sorpresa, el motivo era la visita de una familia. La esposa, a la que mi amigo no había visto en su vida, era amiga de su mujer.
Yo no noté nada. Pero al parecer se incomodaron por mis sandalias de cuero, que a mi me parecen muy decentes y cómodas. Mucho más elegantes que los zapatos horteras con calcetines blancos que vi en muchos indios. Supongo que muchos no pueden abstraerse de las normas de etiqueta por muy absurdas que sean. Como, por ejemplo, vestir traje en un país tropical donde uno empieza a sudar antes de salir de la ducha.
La despedida de la familia de Jalandhar, donde gasté un día de los cuatro que pasé en India, fue un tanto traumática. Vithaya luchó denodadamente para rechazar los regalos que le ofrecían con las mejor de sus sonrisas. El problema es el sobrepeso. Al final tuvimos que cargar con tres juegos de sábanas, una bolsa llena de dulces y dos enormes cajas repletas de vajillas. Para más inri, el papel destintaba y me dejó verdes los antebrazos. ¡Y cómo pesaban!
Al día siguiente, ya de vuelta en Delhi, llegaron los familiares de Vithaya desde Bangkok. Al día siguiente se celebraba la boda entre su prima, una tailandesa de origen sij, y un indio hindú. La pareja lleva media vida viviendo en el Reino Unido, así que tampoco es que tengan profundas raíces asiáticas.
Para sorpresa mía, dos de ellos llevaban no sandalias sino chanclas cutres. También aparecieron el padre y el hermano del novio con pantalones cortos y sandalias. Al menos, ninguno llevaba calcetines. Le pregunté a Vithaya, pero desvió el tema.
Aquel día visitamos los cuatro templos sij más importantes en la capital india. En los trayectos teníamos que apretujarnos en el coche la abuela, la tía, los dos hermanos, el primo y un sobrino. Al principio no conversaban mucho conmigo, pero luego se fueron abriendo e incluso hacíamos bromas.
Hijos y nietos de inmigrantes indios en Tailandia, la familia de Vithaya mira con ojos de turista a su país de origen. Se sienten plenamente tailandeses y lo quieren demostrar con comentarios con críticas benévolas sobre la sociedad india. "Aquí todo el mundo intenta timarte. Incluso cuando das 20 rupias a los pobres, vendrán a pedirte 100 más". Con todo reconocen un sentimiento especial por este país, donde nació su religión hace seis siglos.
La boda se pareció a cualquier celebración de este tipo en España. Comenzamos con unos entrantes, donde la gente se saludaba. La recepción de los novios, sí que fue tediosamente ceremoniosa, aunque esto no afectaba al resto de los invitados. Tras una comida bufet con todo tipo de platos indios y occidentales, vinieron las copas y el baile. Cierto, que algunos comenzaron a beber whisky antes de comenzar con los chapati y el masala.
Como dijo el poeta Tagore, el Taj Majal es una "lágrima en el rostro de la eternidad". Cautivan su perfil marmóreo en el cielo raso de India. Aparte de la grandiosidad del monumento, las paredes están decoradas con preciosos motivos florales y geométricos. En el interior no hay nada excepcional, sin embargo. Dos tumbas cobijadas en la oscuridad. A pesar de la prohibición expresa, los turistas se empeñan en sacar fotos de los féretros de mármol. Imagino los adefesios de fotos que saldrán de sus cámaras digitales. El calor es un hándicap importante. El suelo hierve. Solo la tarde da un respiro, además de cambiar la fisonomía del palacio con la luz rojiza del crepúsculo.
Me da la sensación de que mi amigo Vithaya sólo sabe ir de templos o de compras. Creo que visitó una vez el Taj Majal y ya no ha pisado ningún monumento más. Encima, las tiendas más interesantes se encontraban en las calles más feas de Delhi. Tan sucias como el casco viejo, pero sin el encanto de los edificios antiguos. Tras varios intentos, logré convencerlo para visitar otros lugares de Delhi. Conseguimos llegar al museo nacional -los conductores de tuc tuc insistían en que estaba cerrado para llevarnos a otros sitios donde les pagan comisiones-, con la mayoría de sus salas cerradas. Menos mal que tuve la fortuna de admirar las preciosas pinturas en miniatura y las esculturas hindúes y budistas. Impresionante.



"horn, please" (toca el claxon, por favor). A muchos indios les encanta el molesto sonidos de los pitos automovilísticos


Hombre observa el Templo de Oro en Punjab


Músicos en templo sij

India no es hindú

Sí. India no es hindú. La religión hindú es practicada por más de un 80 por ciento de los indios, pero no se puede asimilar a todo el país. Durante siglos, este subcontinente ha sido el hogar de millones de hindúes, musulmanes, cristianos, budistas, jainistas, sij, animistas, etc. Los primeros cristianos llegaron aquí antes de que esta religión se consolidase en Europa. Los musulmanes gobernaron el norte del país durante siglos y, mucho antes, llegaron a los puertos del sur a través de las rutas comerciales.
La partición de India y Pakistán en 1947 tuvo gran culpa de la polarización entre hindúes y musulmanes. La dolorosa ruptura provocó el éxodo de cientos de miles de personas y desencadenó varias guerras entre ambos países. Aunque India se define como una nación secular, algunos intentan asimilar su identidad al hinduismo.
Yo me encontré una vez a una universitaria española que me aseguró que "indio e hindú es lo mismo". Despiste o ignorancia, lo cierto es que subconscientemente muchos "olvidamos" que en este país también nació el budismo y el jainismo, aunque hoy sean religiones minoritarias.
La herencia musulmana hoy día en India es inexorable. Quizá el monumento más conocido, el Taj Majal, es un mausoleo construido por un monarca islámico en honor de su esposa fallecida al dar a luz a su decimocuarto hijo. Nueva Delhi tiene mezquitas más antiguas que algunas ciudades españolas. Las comunidades musulmanas han sido indias desde el siglo VIII.
Divagué por las angostas calles en torno a la mezquita Jama de Delhi. El colorido de las sedas y las alfombras persas contrastaba con el negro sucio del pavimento. Clientes hindúes y musulmanes regateaban los precios de las prendas. Como en el resto de India, la mayoría se mostraba ávida y exultante por salir en un foto. Así no había manera de recoger escenas naturales. Todo eran poses.
Finalmente desistí y me senté en una tetería con aspecto de cueva y cierto aire de tasca. Me asustó un poco el cazo mugriento en el que hervían la leche utilizando carbón como combustible. Pero pensé que, mugrienta o no, a esas temperaturas no sobreviven las bacterias. Mis experimentos gastronómicos ya me ocasionaron un día de retortijones. Allí me senté, con mi sabroso té con leche. Los parroquianos (perdón, "mezquitanos") no dejaban de observarme. Llegué a quitar protagonismo a un chaval albino moteado con parques negros por la piel y el cabello. Sus miradas revelaban simpatía y hospitalidad, no obstante.
Descubrí que el conductor de la bicicleta-taxi también era musulmán. Alam pedaleó duro para mostrarme toda la parte antigua de Delhi, con sus mezquitas y templos hindúes, jainistas y sij. Los pobres, en las bicicletas-taxis, tienen que aguantar un calor bochonorso para ganar apenas unos céntimos de euro por carrera.
India no es un país cosmopolita, donde hay personas de varias nacionalidades. Más bien es una nación donde las diferentes culturas hunden sus raíces en el corazón de su historia e identidad.
Contrasta con el caso de España, que fue hogar de tantas civilizaciones en el pasado y terminó siendo un país culturalmente casi homogéneo en la era moderna. Los reyes católicos no dudaron en exterminar o expulsar a las mayorías (o minorías) de otras culturas o religiones. Aquellos moros del Califato de Córdoba y de los posteriores reinos de taifas eran tan españoles como los vecinos de la calle Obispo Fonseca en Palencia. Se lo ganaron en siete siglos.



Limpiabotas en una calle de Delhi


Pasajeros buscan sus nombres en las listas de la estación de tren de Delhi


Niño cuela la leche en una tetería junto a la mezquita de Delhi


Detalla del Taj Majal


Taj Majal ("una lágrima en el rostro de la Eternidad", dijo Tagore)


Detalle de templo hindú


Hermanas posan a la salida del Templo de Oro en Punjab

El dios Shiva, mi guía en el templo

Vacas hocicando entre la basura, niños desharrapados y asalvajados por la pobreza, polvo y un calor tórrido que te deshidrata antes de terminar la botella de agua. Éstas fueron mis primeras impresiones en India. Sobre todo el calor. Seco. Tan extremo que los agostos sevillanos parecen suaves calenturas primaverales. Ahora entiendo por qué todo el mundo me recomendaba viajar en cualquier época del año menos en verano. Conforme avanzaban las horas, las bellezas de este país se me presentaban como flores exóticas entre la inextricable maleza de una jungla. Muchachas de rostro fino, piel trigueña, cabellos largos de color azabache y piel de terciopelo. ¡Qué bello son sus saris de colores vivos! La música de las borlas metálicas en sus faldas y los coquetos pendientes en la nariz. País de contrastes. La elegancia sofisticada de las hindúes, frente a la pinta discotequera de aldea de ellos. Pantalones ajustados de campana y camisas de colores chillones que reverberaban al medio día. Los templos indios reflejan la exquisitez de una civilización milenaria, la hindú, que ha sobrevivido cuatro mil años. Otras, como la azteca, la romana o la persa se extinguieron. Para mí la magia de India es mirar a la cara de un hindú y ver la imagen viva de una cultura que se remonta al segundo milenio AC. Sin embargo, su adaptación a la modernidad no ha resultado fácil. En la mayor democracia del mundo, las castas todavía juegan un papel importante en las zonas rurales, que representa al 80 por ciento de India. Los dalit, también conocidos como intocables, ni siquiera son reconocidos como casta. En algunos lugares les siguen negando la entrada a los templos. Estos marginados sociales reciben el desprecio de las castas superiores, a pesar de que el Gobierno reserva para ellos un cupo de puestos en las universidades y en la Administración (en algunos estados supera el 60 por ciento). Algunos dalit han formado partidos políticos. Se aprovechan así de la única ventaja que tienen sobre los demás: su superioridad numérica. La palabra "paria" proviene de un subgrupo de los dalit. En las grandes ciudades como Delhi o Bombay, los intocables pueden vivir en el anonimato, libres de prejuicios -y perjuicios- sociales. En la parte antigua Nueva Delhi, visité un templo dedicado al dios Shiva. Shiva (destrucción) forma parte del Trimurti junto con Brahma (creación) y Vishnu (conservación). En contra de los que comúnmente se piensa, los hindúes creen en una última y única fuente divina: Brahman (no confundir con Brahma). Todos los demás dioses son manifestaciones de esta deidad absoluta cuyo nombre significa "expansión" en sánscrito. Un sacerdote o brahmana (la casta superior), vestido con una túnica blanca y con un punto rojo sobre la frente, custodiaba la imagen de Shiva, flaqueada por Parvati, su esposa. Lo creyentes se rociaban agua por la cabeza y recibían la bendición del sacerdote, además de flores y dulce de azúcar. A cambio de una donación, los hindúes imploran la protección y la sabiduría de este dios. Los atributos de Shiva son el tridente, la cobra, la piel de tigre y la luna bajo su tercer ojo. Su medio de transporte es el toro Nandi. Una joven hindú, vestida con un sari azul y de misteriosa mirada, se ofreció a ser mi guía. Al principio, vacilé al pensar que quería cobrarme por ese servicio. Sin dudarlo, me agarró del brazo y me fue explicando todos los dioses del templo. Unas figuras eran esbeltas, otras parecían amenazantes. Los que daban mas miedo eran dos muñecos -literalmente lo parecían- en los que resaltaban unos ojos grandes y blancos que contrastaban con su piel oscura. Sus cuerpos apenas de adivinaban entre una montaña de flores. Cada dios contaba con su sacerdote, desempeñando su tarea de manera más bien indolente. No me quedé muy bien con la mayoría de los nombres. La nomenclatura hindú es inmensa. Tampoco entendía del todo el inglés de mi improvisada guía. Pero al llegar a Shiva, sus palabras resonaron claras: "Shiva es mi hermano, mi dios. Hoy está hablando a través de mi. Shiva te ha guiado por su templo".




sábado, 23 de mayo de 2009

India y los sij (una religión)

Nada más salir del aeropuerto de Nueva Delhi, un tipo me quitó las maletas de la mano y las llevó hasta la furgoneta que nos esperaba para llevarnos al hotel. Por un momento pensé que me estaba dejando robar por aquél indio de baja estatura y tez morena como la pez. Al soltar las maletas me pidió una propina, yo sólo tenía bat, la moneda tailandesa. Me respondió con un gesto de cabeza oblicuo, el mismo que utilizan todos los indios para expresar afirmación, negación, aprobación o reproche.

Viajé a India con mi amigo Vithaya, un tailandés de origen indio. Pertenece a la próspera comunidad sij (una religión) de Bangkok. Lo conocí a través de un amigo común. Me propuso asistir a una boda entre un hindú y una chica sij en Nueva Delhi y no pude negarme. Visité el lugar más venerado por esta religión, el Templo de Oro en la ciudad de Amritsar, la capital del estado norteño de Punjab. Desde allí viajamos en tren hacia la capital india.

El comienzo del viaje, en el tren Nueva Delhi-Amritsar, fue toda una introducción a la idiosincrasia de este subcontinente asiático habitado por más de 1.000 millones de personas. Nuestros nombres no estaban en las listas de papel colgadas junto a los andenes donde vienen recogidos los detalles de los viajeros. Este sistema -sorprendentemente arcaico en el país de la informática- tiene el objetivo de evitar la reventa de billetes. Para superar un mal mayor, Vithaya recurrió a un mal menor. Compró dos billetes en la reventa. En el tren, sobornó al revisor (500 rupias o unos 10 dólares), quien se hizo el sueco ante mi billete: Ahmed, de 24 años.

Leyendo el periódico en el tren encontré un anuncio interesante, que decía: "La compra de billetes de reventa está castigado con hasta tres meses de cárcel y/o una multa de 500 bat". El mensaje advertía sobre los paquetes abandonados -pues puede tratarse de bombas- y terminaba: "Sirviendo a nuestros clientes con una sonrisa".

Como dicen en India: "La corrupción no es parte del sistema, la corrupción es el sistema".

Por la noche llegamos a Amritsar, una ciudad en pleno desarrollo, llena de obras, bulliciosa y polvorienta. El estado de Punjab es uno de los más ricos de India, donde la mayor parte de las zonas más prósperas se encuentran en su mayoría en el sur. La joya de Amritsar es el Templo de Oro, uno de los lugares santos más visitados del mundo. En el interior del edificio dorado, que da nombre el lugar y que está rodeado por un pequeño lago artificial, se encuentra el Gurdwara, el libro sagrado de los sij.

El origen del sijismo se encuentra en un personaje del siglo XVV, Gurú Nanak, un sabio religioso que predicó el entendimiento entre los musulmanes y los hindúes. Sin embargo, la religión se constituyó oficialmente después de su muerte. Los sij creen en un solo dios y pregonan la tolerancia entre las religiones ("hay muchos caminos para llegar a Dios. Sé fiel a tus mandamientos"). Gurú Nanak se oponía tanto al dogmatismo islámico como al sistema de castas de los hindúes. También pregonan la humildad y el servcio al prójimo.

Los sij masculinos son perfectamente reconocibles por los turbantes y las largas barbas, que suelen recogerse con una gomilla. Algunos, cada vez menos, llevan el Kirpan, una daba ceremonial que sólo pueden desenfundar para defenderse y nunca para atacar.


Su religión les prohíbe beber alcohol, aunque no son estrictos en este sentido y algunos de sus miembros beben abiertamente. Algunos son vegetarianos. La entrada a sus templos es abierta a todos, sin importar edad, sexo o religión. Sólo exigen que te cubras los cabellos con un pañuelo que ellos mismos ofrecen a los visitantes. Los creyentes se sientan en el suelo y meditan, mientras que músicos tocan sin parar frente al libro sagrado. Me cautivó especialmente el sonido de los timbales y el canto, en el que reconocí un lejano eco del canje jondo andaluz.

Aunque predican la paz, los sij han sido grandes guerreros durante la Edad Media y bajo el mandato de los británicos en India. Sus hazañas bélicas contra los musulmanes del Imperio Mogol vienen recogidas en sus anales históricos. Durante la primera y segunda guerras mundiales, destacaron por su coraje y valentía como soldados en las filas del Ejército inglés. También han sido objeto de despiadadas persecuciones por los musulmanes, británicos e indios. En 1984, las autoridades indias causaron una masacre en el Templo de Oro para acabar con las reivindicaciones independentistas de este pueblo. La primera ministra, Indira Gandhi, fue entonces asesinada por dos de sus escoltas sij como venganza.

Los sij son una de las comunidades más prósperas tanto en India como en la diáspora. Yo pude comprobar las artes negociadoras de Vithaya. Su austeridad en el gasto contrasta con el Toyota de lujo que nos recogió en el aeropuerto de Bangkok a la vuelta. El recién reelegido primer ministro, Manmohan Singh, es el primer sij en ocupar el cargo desde que India se independizó en 1947. Como ministro de Economía en 1991, Singh introdujo las reformas que abrieron la economía india al capitalismo. Desde entonces el país ha crecido entre un 7 y un 8 por ciento.

A partir de los atentados de 2001 contra las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono, los creyentes sij sufren la discriminación de quienes los confunden con mahometanos. "Una vez un hombre de negocios de unos cuarenta años y vestido con traje se negó a subir en un avión al verme. Tuvieron que convencerle de que los sij no tenemos nada que ver", me contó Vithaya. En el vídeo podéis ver imágenes del Templo de Oro, de Amritsar y de la boda en Nueva Delhi. No os perdáis el baile. Estos sij también tienen marcha. Olé, olé.

Mi amigo Dani me dio una estupenda idea para colgar más fácilmente los vídeos. Primero los subo en Youtube y luego los añado a mi blog. Aquí va el vídeo: