miércoles, 18 de febrero de 2009

Almorzando con una princesa laosiana


Soymala muestra algunas de las telas de seda bordadas en oro

El otro día almorcé con una princesa laosiana. El menú consistió en salchichas, arroz pegajoso, ensalada de pescado y bambú y un una especie de postre chino elaborado con alubias y caramelo. Delicioso.

No conocí a la princesa en ninguna recepción en alguna embajada de Bangkok. Ni siquiera en el cine. Leí una noticia suya en el periódico: "Princesa Laosiana quiere vender cerca de mil piezas de seda y joyas de oro con 250 años de antigüedad para pagar la educación a más de 200 monjes procedentes de familias pobres y comprar ropa a las reclusas de la prisión".

La noticia tenía al final un número de teléfono al que llamé. la princesa Chao Soymala vive en Chiang Mai, al norte de Tailandia, donde tuvo que exiliarse cuando los comunistas ganaron la guerra en Laos en 1975. Se casó con un tailandés y se dedicó a la venta de sedas.

-Sawade ka?- me preguntó una voz firme y musical al otro lado: ¿Hola?
-Sí, soy un periodista español, he leído el artículo sobre usted en el periódico "The Nation"- le dije.

Ella apenas hablaba inglés y mi tailandés era aún peor. Pero mis ganas de ir a verla prevalecieron y conseguí que me concediera una entrevista. Esto fue en Diciembre, pero los avatares del trabajo me impidieron visitarla hasta febrero de 2009.

La familia de Soymala vivía entre Laos y Tailandia, donde contaban con varias propiedades. Tras el triunfo revolucionario, los nobles tuvieron que salir a toda prisa o enfrentarse a los campos de reeducación. El primo de Soymala, el monarca Savang Vattana, fue ajusticiado a muerte junto con toda su familia.

Su casa se encuentra en una zona de chalés a las afueras de Chiang Mai. Tiene un jardín espacioso con varias fuentes, que parecían bastante abandonado a pesar de los dos jardineros allí trabajan. Tapices de Laos, Birmania y Tailandia cuelgan por todo el porche, donde también hay expuestas algunas joyas de zafiros, rubíes y otras piedras. Varios maniquíes y sedas adornan el interior. Y sin embargo, muy pocos recuerdos de su país natal.

En realidad, no parecía la vivienda de una aristócrata. Los nuevos ricos de mi pueblo viven con mucho más boato. La casa daba la impresión de un cajón desastre con algunos objetos de valor. Una señora, quien me pareció una elegante ama de llaves, me sentó en unas macizas sillas de madera de teka. A mi lado, se acomodó el marido de la princesa. Nuestra comunicación era bastante limitada. Me sentía como el personaje de la película "Bailando con Lobos", cuando intentaba comunicarse con los indios en la tienda de campaña. La princesa tardó en aparecer casi una hora. Yo me entretuve observando los tapices y los jarrones antiguos del porche.
Soymala salió por la puerta con pasos cortos pero con decisión. Llevaba el pelo blanco recogido en un moño con dos peinetas de oro. Las pupilas de sus ojos se movían astutos y ágiles. Se veía que era una buena comerciante. Vestía un elegante vestido de dos piezas, elaboradas, cómo no, de pura seda color bermejo y azul. Me contó medio en inglés y tailandés cómo había huido de Laos para establecer su nueva patria en Tailandia.

-Yo tuve suerte. Otros lo perdieron todo al escapar o, peor aún, fueron internados en campos de concentración- espetó la princesa.


Acostumbrada a la sencillez del campo, la princesa no parece añorar el lujo de la Corte laosiana. Ha aprendido a ganarse la vida trabajando y, por eso, quizá valora más lo que tiene. Le honra su decisión de vender sus sedas y joyas para ayudar a los necesitados. A mí me regaló un pañuelo de pashmina para mi madre. Un bonito detalle, ¿no?
La historia de la caída de la monarquía laosiana no deja de ser sorprendente. El rey fue depuesto por un príncipe, Souphanouvong, fundador del grupo comunista Phatet Lao. Estudiando en la metrópoli, Francia, se imbuyó de las ideas revolucionarios y se convirtió en admirador del vietnamita Ho Chi Minh. Era conocido como el "Príncipe Rojo".
Por cierto, la "elegante ama de llaves" resultó ser su hermana, que vive en Bangkok e impartió clases en la Universidad. Todo un cuento de hadas.

lunes, 16 de febrero de 2009

La Ciudad de los Ángeles

Uno piensa que conoce en qué ciudad vive. Yo vivo en Bangkok, la capital de Tailandia, ¿no? Pues no. El verdadero nombre de esta cudad es: "กรุงเทพมหานคร อมรรัตนโกสินทร์ มหินทรายุธยา มหาดิลกภพ นพรัตนราชธานีบูรีรมย์ อุดมราชนิเวศน์มหาสถาน อมรพิมานอวตารสถิต สักกะทัตติยวิษณุกรรมประสิทธิ์".

Que traducida al alfabeto latino queda como: "Krungthepmahanakorn Amornrattanakosin Mahintrayuthethaya Mahadilokpob Noparat Rajataniburirom Udomrajanivej Mahasatharn Amornpimarn Awatarnsatis Sakatadtiya Wisanukamprasit".

La tradución completa es: "Ciudad de ángeles, la gran ciudad, la ciudad de joya eterna, la ciudad impenetrable del dios Indra, la magnífica capital del mundo dotada con nueve gemas preciosas, la ciudad feliz, que abunda en un colosal Palacio Real que se asemeja al domicilio divino donde reinan los dioses reencarnados, una ciudad brindada por Indra y construida por Vishnukam’".

Krung Thep ("Ciudad de los Ángeles") es el nombre que utilizan la mayoría de los tailandeses. Los "farang" (extranjeros) la llamamos Bangkok, nombre que se deriva de la aldea que ocupaba el mismo lugar originariamente y que se llamaba Bang Makok ("Lugar de Ciruelos Oliváceos").

jueves, 5 de febrero de 2009

Párrafos desafortunados

Juro que quien escribió esto lo hizo sin ninguna intención aviesa:

"Al menos cinco filipinos han contraído el virus Ébola-Reston, que se creía exclusivo de simios pero en 2008 comenzó a infectar a miles de cerdos."

Good Bye Santika

La pasada Nochevieja murieron 65 personas al declararse un incendio la discoteca Santika de Bangkok. El fuego se debió, según las investigaciones, a los petardos y bengalas que encendieron varios de los asistentes. En ocasiones, las casualidades son crueles y estremecedoras. Aquí están los hechos: El nombre de la fiesta era "Good Bye, Santika" (Adiós, Santika). El grupo que estaba tocando cuando se produjo el incendio se llamaba "Burn" (Arde).

Meditando entre monjas budistas



Al final me acostumbré a sus cabezas y cejas rapadas, pero al principio me parecían limones orientales vestidas de blanco. ¡Qué sexista por mi parte que me pasara esto con las monjas y no con los monjes budistas!. Debe de ser la costumbre, digo yo. Pasé todo el fin de semana en el templo Paknam de Bangkok, tratando de practicar meditación, rodeado de monjes vestidos con túnicas de color azafrán y religiosas con túnicas blancas. Nunca había intentado meditar durante media hora. Así que las primeras veces las piernas se me dormían al tenerlas cruzadas durante tanto tiempo y mi mente vagaba sin rumbo. El procedimiento es simple. Uno tiene que relajar la mente y sentarse erguido con las piernas cruzadas. Inspira profundamente, aguanta el aire un par de segundos y expira. Hay que fijar la mente en un punto determinado -el centro de nuestro cuerpo, a la altura de la barriga-. Y repetir mentalmente el mantra, que suele ser una frase en sánscrito o pali. En Wat (templo) Paknam, donde practican la meditación Samatha Vipassna, las palabras son "samma araham", que significa "el logro más absoluto de perfección que el hombre puede alcanzar".




Para mi, la meditación es una forma de controlar los pensamientos y alcanzar serenidad mediante el vacío mental. El lema de Wat Paknam es "cuando todo se detiene has alcanzado la perfección". Se refieren a cuando la mente alcanza la absoluta calma, aislada del exterior y exenta de pensamientos. En el momento culmen, uno deja de repetir el mantra y se sumerge en la paz absoluta. Por supuesto, yo no he llega
do a este punto. El budismo es una religión flexible. Se adapta tanto a la mentalidad individualista de un actor de Hollywood, a una sociedad feudalista -en el Tibet antes de ser invadido por la dictadura china- o a un país supersticioso y propenso a la idolatría como Tailandia. Y digo idolatría porque los tailandeses aman los amuletos con atributos mágicos y veneran a todo tipo de espíritus y dioses hindúes, además de a Buda. Esta tendencia a la adoración alcanza incluso a monjes famosos o al rey, que no dejan de ser seres humanos de carne y hueso. En un momento de descanso durante la meditación, apareció un monje octogenario, seguido de otro al menos septuagenario y un séquito de acólitos, uno de ellos con cámara incluida. Un laico se me acercó y me dijo algo en tailandés que no entendí. El venerable monje -así me lo parecía por su semblante- se acercaba. El laico a mi lado se tiró al suelo. No se había caído. Yo me tiré también ("Cuando a Roma fueres, haz lo que vieres", dijo Cervantes). De rodillas, le hicimos tres reverencias con las palmas de las manos juntas sobre la cabeza. Según la tradición, según levantes más las manos más respeto muestras. El monje, no cabe duda, debía ser uno de los importantes. Al entrar en la sala, todas las monjas y los pocos hombres allí reunidos hicieron lo mismo. Incluso al final, cuando me dijeron que me acercara al venerable para hablar con él, lo tuve que hacer arrodillado. Lo curioso es que, después de todo, los monjes budistas, con toda la reverencia que reciben, son menos dogmáticos, a la hora de intervenir en la vida privada de sus fieles, que los sacerdotes cristianos o que los imames musulmanes.



Al final de mi estancia en el templo, llegó el momento culmen de la superstición. Me echaron los palillo para leer mi futuro. Se trata un bote con barillas numeradas que se agita, y al caer una, se coge una hoja de la casilla con el número correspondiente. Mi amiga Jenny lo leyó -estaba en tailandés-.
-Qué dice- le pregunté. -Espera, vamos a probar otra cosa- y me hizo tirar unas piedras con una cara curva y otra plana- A ver si caen dos veces de la misma forma-. Así fue. Entonces, me llevó a una pila de agua, me roció con el líquido bendito y devolvió el papel a su sitio. Pusimos dos velas y nos marchamos. Tras mucho insistir, Jenny terminó explicándome su extraño comportamiento. Los tailandeses consultan el futuro y si el papel les sale negativo, realizan un ritual para alejar a la mala suerte y se dan media vuelta. Alejan el mal de ojo. Borrón y cuenta nueva. A mí me pareció el autoengaño más burdo que he visto en mi vida. Pero a los tailandeses les funciona y es mucho más barato que un psiquiatra.