sábado, 29 de agosto de 2009

Sociología en un taxi

Al llegar al aeropuerto de Manila, lo más difícil es encontrar un taxi que no te cobre el doble o cinco veces por el trayecto hasta el centro de la ciudad.

-¿Usas taxímetro?- le pregunté al mozo junto a un destartalado taxi de color blanco.
-Sí- respondió de forma categórica.

A los pocos minutos, me di cuenta de que el no había ningún aparato en el salpicadero para medir la tarifa de la carrera. Se lo comenté al conductor. Abrió la guantera y me pasó una lista. Aquí está el taxímetro, espetó. Cojones. En lugar de unos 150 pesos, la carrera iba a costarme 500. Me bajé del vehículo en mitad de la autovía.

Me monté en otro taxi un tanto enfurruñado. Le comenté que ya me había bajado de uno y que me bajaría del suyo si no utilizaba el taxímetro. Respondió con una carcajada risueña. De carácter afable, el conductor y yo no paramos de conversar.

-Tengo cinco hijos, desde los doce hasta los dos meses- me dijo en un momento de la charla.
-¿Cinco? ¿Y ganas entre 500 y 800 pesos diarios? ¿Sabes que en Europa la gente no quiere tener hijos y gana muchas veces tu sueldo?- inquirí para saber su reacción
-Sí, pero el dinero se va algún día, mis hijos estarán ahí para siempre. Recién casado, pensé en marcharme a trabajar al extranjero. Pero mi esposa me retuvo, dijo que no quería criar sola a nuestros hijos. Me gustaría cambiar de trabajo y ganar más, pero lo que a mi me gusta es conducir.

Su esposa es originaria de Bicol, en el sur de la isla de Luzón, mientras que él procede de Laoag, en la punta norte del archipiélago filipino. Se conocieron en Manila. Como muchos otros vinieron a prosperar, pero el salario de él apenas les llega para sobrevivir. Mi taxista -me dijo que se llamaba Daniel Jr o algo así- no hizo como los once millones de filipinos que han buscado mejor fortuna en China, Japón o los países árabes.

La profesión de taxista tiene un halo romántico en Occidente debido a películas como "Taxi Driver" (con Robert de Niro) o "Conspiración" (con Mel Gibson y Julia Roberts), pero en el sureste de Asia es un trabajo bastante chabacano. En Malasia, Filipinas y Tailandia es común que alquilen los taxis durante 24 horas en los que trabajan casi sin parar. Suelen usar gas o una combinación de gas y gasolina, más por motivos económicos que ecológicos. Los taxistas más piratas son, sin duda alguna, los de Kuala Lumpur, seguidos de Manila y Bangkok. En Camboya, Laos y Vietnam hay pocos; uno tiene que moverse en triciclo o en motocarro.

Uno aprende mucho del país hablando con taxistas. Resulta muy sencillo en Filipinas porque muchos hablan inglés -herencia de la colonización estadounidense durante casi cuatro décadas- y son extrovertidos. Los manileños pobres son pícaros, pero afables. Una vez olvidé la cartera en un taxi en Manila. A los pocos minutos recibí una llamada desde un hotel, tenían mi cartera y habían encontrado mi número en una tarjeta de visita. El taxista vino a recogerme. Me contó que había dejado la cartera en la recepción del hotel para que estuviera segura. Llevaba 2.000 pesos en la cartera, cuatro veces lo que él puede ganar en un largo día al volante. Le di 1.000 pesos (unos 15 euros) de propina por una carrera de 50.

Malas experiencias con taxistas ocurren en todos los lugares. En Filipinas, en todos los lugares públicos y muchos privados miran de forma rutinaria en la guantera para ver si llevan algún arma. Una vez le pregunté a uno. No, yo lo que tengo es una catana, me devolvió en tono jocoso.

Recuerdo muy bien, por reciente, un altercado que tuve con un taxista tailandés. Nos subimos una amiga y yo. Mi amiga se dio cuenta de que el coche tomaba una dirección más larga y se lo dijo. El otro comenzó a parlotear en tailandés. Al rato, me di cuenta de que el taxista seguía con la perorata.

-Está enfadado. Dice que él sabe muy bien el camino- explicó mi amiga.

Ya era demasiado. No sólo daba un rodeo sino que además lo hacía de malos modos. Le pedí una y dos veces que parase el vehículo. Al final se lo pedí con el "fucking" de rigor e internacionalmente homologado. El tipo dio un frenazo, salió del coche y se puso en posición de pelea. Por unos minutos nos miramos. Yo no sabía qué hacer, la verdad; tampoco iba a pelearme por un mal viaje en el taxi. Al final, intercedió mi amiga y le pagamos parte del trayecto.

El taxista se ofendió sobremanera no porque no quisiésemos continuar en el taxi sino porque había quedado en "evidencia". Los tailandeses son conocidos por su fácil sonrisa, pero ésta se torna en furia si alguien les recrimina algo directamente. Las quejas hay que dirigirlas con mano suave y diplomacia. He visto pocas peleas de tailandeses -España o UK es mucho más violenta en este sentido-, pero dicen que son temibles cuando cruzan la delgada línea y olvidan las buenas maneras.

Tailandia es el país de las sonrisas, pero también tienen un resorte de agresividad muy sensible. Hay que actuar con mano izquierda, si un tailandés siente que ha quedado en evidencia, no atenderá a razones y adoptará una postura de confrontación total.

Por suerte, la mayoría de los taxistas en Bangkok son muy honestos, aunque hablan poco inglés. En una ocasión, uno llegó a devolverme el móvil. Me libré esa vez de comprar mi enésimo teléfono.

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