jueves, 5 de febrero de 2009

Meditando entre monjas budistas



Al final me acostumbré a sus cabezas y cejas rapadas, pero al principio me parecían limones orientales vestidas de blanco. ¡Qué sexista por mi parte que me pasara esto con las monjas y no con los monjes budistas!. Debe de ser la costumbre, digo yo. Pasé todo el fin de semana en el templo Paknam de Bangkok, tratando de practicar meditación, rodeado de monjes vestidos con túnicas de color azafrán y religiosas con túnicas blancas. Nunca había intentado meditar durante media hora. Así que las primeras veces las piernas se me dormían al tenerlas cruzadas durante tanto tiempo y mi mente vagaba sin rumbo. El procedimiento es simple. Uno tiene que relajar la mente y sentarse erguido con las piernas cruzadas. Inspira profundamente, aguanta el aire un par de segundos y expira. Hay que fijar la mente en un punto determinado -el centro de nuestro cuerpo, a la altura de la barriga-. Y repetir mentalmente el mantra, que suele ser una frase en sánscrito o pali. En Wat (templo) Paknam, donde practican la meditación Samatha Vipassna, las palabras son "samma araham", que significa "el logro más absoluto de perfección que el hombre puede alcanzar".




Para mi, la meditación es una forma de controlar los pensamientos y alcanzar serenidad mediante el vacío mental. El lema de Wat Paknam es "cuando todo se detiene has alcanzado la perfección". Se refieren a cuando la mente alcanza la absoluta calma, aislada del exterior y exenta de pensamientos. En el momento culmen, uno deja de repetir el mantra y se sumerge en la paz absoluta. Por supuesto, yo no he llega
do a este punto. El budismo es una religión flexible. Se adapta tanto a la mentalidad individualista de un actor de Hollywood, a una sociedad feudalista -en el Tibet antes de ser invadido por la dictadura china- o a un país supersticioso y propenso a la idolatría como Tailandia. Y digo idolatría porque los tailandeses aman los amuletos con atributos mágicos y veneran a todo tipo de espíritus y dioses hindúes, además de a Buda. Esta tendencia a la adoración alcanza incluso a monjes famosos o al rey, que no dejan de ser seres humanos de carne y hueso. En un momento de descanso durante la meditación, apareció un monje octogenario, seguido de otro al menos septuagenario y un séquito de acólitos, uno de ellos con cámara incluida. Un laico se me acercó y me dijo algo en tailandés que no entendí. El venerable monje -así me lo parecía por su semblante- se acercaba. El laico a mi lado se tiró al suelo. No se había caído. Yo me tiré también ("Cuando a Roma fueres, haz lo que vieres", dijo Cervantes). De rodillas, le hicimos tres reverencias con las palmas de las manos juntas sobre la cabeza. Según la tradición, según levantes más las manos más respeto muestras. El monje, no cabe duda, debía ser uno de los importantes. Al entrar en la sala, todas las monjas y los pocos hombres allí reunidos hicieron lo mismo. Incluso al final, cuando me dijeron que me acercara al venerable para hablar con él, lo tuve que hacer arrodillado. Lo curioso es que, después de todo, los monjes budistas, con toda la reverencia que reciben, son menos dogmáticos, a la hora de intervenir en la vida privada de sus fieles, que los sacerdotes cristianos o que los imames musulmanes.



Al final de mi estancia en el templo, llegó el momento culmen de la superstición. Me echaron los palillo para leer mi futuro. Se trata un bote con barillas numeradas que se agita, y al caer una, se coge una hoja de la casilla con el número correspondiente. Mi amiga Jenny lo leyó -estaba en tailandés-.
-Qué dice- le pregunté. -Espera, vamos a probar otra cosa- y me hizo tirar unas piedras con una cara curva y otra plana- A ver si caen dos veces de la misma forma-. Así fue. Entonces, me llevó a una pila de agua, me roció con el líquido bendito y devolvió el papel a su sitio. Pusimos dos velas y nos marchamos. Tras mucho insistir, Jenny terminó explicándome su extraño comportamiento. Los tailandeses consultan el futuro y si el papel les sale negativo, realizan un ritual para alejar a la mala suerte y se dan media vuelta. Alejan el mal de ojo. Borrón y cuenta nueva. A mí me pareció el autoengaño más burdo que he visto en mi vida. Pero a los tailandeses les funciona y es mucho más barato que un psiquiatra.

1 comentario:

Toni Manchado dijo...

Qué bueno !!! Después de un fin de semana entero meditando en un templo y sin saber muy bien lo que hacías en todo momento. Te echan los palitos, te ponen carita de poker, y no te dicen naaaa ???? Que mala leche tienen ! Gaspar, lo siento pero te quedan dos días jejeje... un abrazo y cuídate.