La basura alfombra las playas de Calibuyo, una pequeña ciudad pesquera cercana a Manila, la capital filipina. Las nubes cubren el cielo y las olas del mar rugen revueltas por el último tifón que azotó estas costas.
En este lugar la pobreza se abraza con la sencillez y la hospitalidad. Los habitantes de este poblado, situado en la provincia de Cavite, no dudan en compartir con el visitante su arroz. También el pollo y el pescado, que suelen tomar los días de fiesta.
Playa de Calibuyo (Cavite), en Filipinas
Cavite, a 50 kilómetros de la capital, es otro mundo. Mi estrecho estudio en el centro financiero, Makati, pertenece a otra dimensión financiera y cultural. Pasé de los rascacielos y la polución de la urbe a las chabolas y las redes de pesca. Muchos urbanitas de Makati jamás han pisado Cavite, pero menos personas en Calibuyo han viajado nunca a Manila. Algunos se encontraron conmigo al primer hombre occidental.
Nunca hubiera llegado a Cavite sin mi amiga Rochelle, que trabaja en el una tienda de ultramarinos cerca de mi apartamento. Proviene de las provincias, donde toda su vida ha vivido al ritmo que marca la Luna a las plantaciones de arroz. Su sonrisa limpia y franca descubre una alegría un poco salvaje, muy espontánea. Rochelle es honesta por naturaleza, su educación es casi intuitiva. Le estoy muy agradecido por invitarme a Calibuyo.
Allí, compartí conversaciones y risas con su amiga Rosemary, su hermana Aylin y su hija de cuatro años.
Para algunos de mis conocidos más refinados, Rochelle puede resultar infantil y "nada guay". Pero yo también me escandalizo a veces de las frivolidades y la falsedad de la clase privilegiada (otros lo son más, cierto) a la que pertenezco.
"Antes sólo me podía permitir enviar a dos de mis hijos a la escuela, pero el curso que viene no podré mandar a ninguno", relata un pescador, quien sobrevive con menos de un dólar al día.
La crisis económica, el encarecimiento de los alimentos y de los combustibles, significa agonía y desesperanza para los que menos tienen. Muchos niños de Calibuyo no pueden ir al colegio y, en su lugar, recolectan piezas de metal y almejas que venden al peso. La mayoría empieza a trabajar antes de que sus cuerpos florezcan en la pubertad.
Niños posan en una calle de Calibuyo
Las mujeres bañan a sus hijos en duchas improvisadas en las fuentes callejeras. Dos largas calles pavimentadas forman la espina dorsal del pueblo. De estas dos arterias, nacen intrincados caminos de tierra que conducen a chamizos construidos unos de ladrillo y otros con cañas y placas de uralita.
Con la tormenta, los pescadores no pueden salir a faenar. Los hombre de la mar beben ginebra en el sopor de la tarde y las mujeres cuidan de sus numerosas camadas. Lo sé, la igualdad de género no se practica en Filipinas, tierra de machistas. Eso sí, todos ellos van al karaoke. Cantan en chiringuitos construidos en primera línea de playa, con el son de las olas de fondo.
Mujeres bañan a sus hijos en una fuente
Rochelle frente a la casa de su amiga Aylin
Pescadores de Calibuyo con autor del blog
3 comentarios:
Por lo que me doy cuenta, la crisis está en todos los lados. La diferencia está, como tú bien dices, que somos unos privilegiados, sin una sonrisa limpia y espontánea. Es la verdad, la realidad, me alegro que estés ahí gaspar y me hagas pensar.
Había una vez un pescador, descansando placidamente con una fría (cerveza) en la mano a orillas del Mar Caribe.
Llega un señor con traje y corbata en un carro importado, enciende un puro y le pregunta:
"Que esta haciendo Ud ahí recostado?"
El pescador sonríe y responde "Estoy descansando porque ayer saque una buena pesca"
Dice alterado el señor: "pero como! Ud debería aprovechar que hay buena pesca para seguir sacando mas peces!"
“Y pa’ que?” pregunta el pescador
“Para que pueda ganar mucho dinero, ahorrar y comprarse otro barco”
“Y pa’ que?” vuelve a preguntar el pescador
“Para que pueda hacer el doble de dinero y comprar aun más barcos, hasta tener una gran flota”
“Y pa’ que?” pregunta otra vez el pescador
“Para poder amasar una inmensa fortuna como la mía”, dice agarrándose orgullo las solapas de su traje de marca
“Y pa’ que?” pregunta una vez más el pescador
“Cómo que para que? Para que cuando sea viejo pueda ser feliz y descansar tranquilo”
“Pero si ya lo estoy haciendo! No tengo que llegar a viejo para ser feliz y estar tranquilo!” empinó el fondo de la botella, se colocó el sombrero sobre el rostro y se quedó dormido arrullado por las olas del mar.
El cuento es un poco largo para un post, pero palabras mas, palabras menos, lo vio un amigo en la isla de Margarita.
Estoy convencida de que los que tienen poco, viven una vida más sencilla, tranquila y hasta más feliz que la nuestra.
Debe ser terrible no saber que se va a comer al día siguiente, o quien va a pagar las medicinas si alguien se enferma, pero estas personas no andan preocupadas por lograr un ascenso en su trabajo o cambiar el auto, atados a un blackberry, sudando la gota gorda en un gimnasio y pensando en hacerse un lifting porque del estrés, están viejos y arrugados antes de tiempo. Al final de la historia, como dice el pana Rubén Blades: “se ven las caras, pero nunca el corazón”
Esta fino tu blog! Muy buenas las fotos. Voy a ver si me animo y abro el mío, en vez de andar hurtando espacios en blogs ajenos. Jumpa Lagi!
Toni: Gracias a ti por "culturizarme" con tu blog. Tienes razón. La mayoría de nosotros hemos perdido la sonrisa espontánea. Pero, macho, precisamente tú eres de esas personas de risa franca y explosiva. Un abrazo
Mina: Estoy de acuerdo con tu pescador caribeño. Pero, al mismo tiempo, sospecho que no dejaré de ir al gimnasio ni de autoestresarme con nimiedades. Muchas gracias por la historia :) Te animo a escribir un blog. Un poco de disciplina y, hala, a expresar tus ideas y sentimientos por el espacio virtual. Un beso
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