martes, 25 de mayo de 2010

Profeta en su tierra

Tengo muchas ganas de ver la película tailandesa que ha ganado la Palma de Oro en el Festival de Cannes. "Lung Boonmee Raluek Chat", de Apichatpong Weerathakul, es una tragicomedia sobre hombres, espíritus y política ambientada en el noreste de Tailandia. El cine tailandés ha producido un sinfín de cintas de terror sobre espíritus. Aunque los argumentos suelen estar dirigidos a un público adolescente que busca escenas grotescas y chistes fáciles.

El director del jurado, el estadounidense Tim Burton, habrá valorado la mezcla surrealista en la película del cineasta tailandés. No puedo decir mucho más sobre "Lung Boonmee Ralued Chat" ("El tío Boomee que puede recordar sus vidas pasadas") porque no he tenido oportunidad de verla. El realizador tailandés se considera agnóstico en el tema de los espíritus pero confiesa su fascinación por estos fenómenos. La historia está ambientada en el entorno rural de Khon Kaen, en la región de Isán. Allí se crió y se formó el director galardonado.

Apichatpong no es precisamente un profeta en su tierra. Decidió no estrenar su película "Syndromes and a Century" cuando el órgano de la censura tailandesa le ordenó que cortara varias escenas. El director dijo que películas son como sus hijos y no piensa mutilarlas porque no le agraden a algunos.

Recientemente, lideró a un grupo de cineastas contra las autoridades tailandesas por el respaldo masivo a una superproducción épica. Los políticos tailandeses concedieron la mitad del presupuesto dedicado al cine -unos 300 millones de bat o 9,4 millones de dólares- a esta película, titulada "La leyenda de Naresuan".

La cinta, dirigida por el príncipe Chatrichalerm Yukol, relata la vida del monarca que libró al reino de Ayuthaya del sometimiento a Birmania tras vencer a sus temidos ejércitos en varias batallas. Nacido en 1555, Naresuan consiguió la máxima expansión de Ayuthaya con la anexión o vasallaje de los reinos Shan (Birmania), Lanna (Tailandia), Yunnan (China), Lan Xang (Laos), Champa (Vietnam) y del sultanato de Pattani.

La apuesta por el cine épico forma parte de los esfuerzos del Gobierno para la promoción de la identidad tailandesa, basada en los principios de la monarquía, la religión budista y el idioma tailandés. El siglo XX tailandés vivió un fuerte nacionalismo sustentado por la veneración hacia el monarca Bumibhol Adulyadej. Sin embargo, la unidad comenzó a agrietarse en los últimos años debido al conflicto separatista en el sur musulmán y a las divisiones políticas.

Las manifestaciones de unos y otros han provocado pérdidas millonarias, así como una riada de muertos y heridos. Los "camisas rojas", los responsables por la última ola de protestas, proceden en su mayoría del mundo rural del norte y noreste, donde se creció Apichatpong.

Está claro que el Gobierno prefiere un tipo de cine más épico y patriótico. Parecido a lo que hicieron los estadounidenses con las películas de indios y vaqueros  y  sobre las guerras mundiales.

Recientemente vi en el cine "9 Wat" ("9 templos"), del director tailandés Saranyu Jiraluck. La película arranca con cinco minutos de pesadilla que nada tienen que ver con el resto del argumento. Algunas escenas de miedo arrancan la risa en lugar de provocan miedo (aunque éste puede ser la intención del autor). La historia no está del todo mal, pero los actores son tan bellos como artificiales.

Así describe Apichatpong el cine que se rueda en Tailandia en una entrevista al Periódico de Cataluña: "Entretenimiento de diferentes tipos: algunas imitaciones del cine de Hollywood, pero sobre todo comedias tontas y, en los últimos años, historias de amor protagonizadas por gente muy joven y muy hermosa. La mayoría de películas son acerca de travestidos y fantasmas. Para el espectador de mi país, es lo más normal del mundo ver en pantalla a un hombre vestido de mujer perseguido por un fantasma".

Confío en que su película no se ajuste a esta descripción.
 

jueves, 20 de mayo de 2010

La zona cero de Bangkok

El olor a neumático quemado me recordó a un circuito de carreras. A unos 700 metros del distrito comercial de Bangkok, el aire ya estaba impregnado del olor ocre de los incendios provocados por los camisas rojas. Sorprendentemente, los soldados nos dejaron pasar esta mañana hacia la zona cero. El centro comercial Central World, con las entrañas carcomidas por el fuego, corre el peligro de derrumbarse.

Los cachivaches desparramados de los manifestantes ilustraban el caos de la víspera, cuando los militares tomaron el campamento disparando a discreción. Los líderes anunciaron su rendición. Pero los cachorros del movimiento se envalentonaron. Y comenzaron los disturbios. Comenzaron a romper los cristales de los escaparates y empaparon de gasolina los restaurantes y tiendas de lujo.
 
Momentos antes, estuve a punto de entrar a la zona del campamento con mi amigo Ángel y un periodista de la radio catalana. El silencio era abrumador. Unos metros más adelante se escuchaba el eco de música rock. El humo envolvía los raíles del tren elevado. En cuanto los soldados armados con subfusiles de fabricación israelí comenzaron a tomar posiciones y disparar, nos dimos media vuelta.

 
Esta mañana paseé por entre los restos del campamento. Una elegía a más de dos meses de protestas. Las manoplas rojas con silueta de pie, esterillas y cazuelas alfombraban el asfalto. Demasiada destrucción para creer los quince muertos que dice el Gobierno. Según las cifras oficiales, en la última semana han muerto más de 50 manifestantes. La mayoría por los disparos del Ejército.

 
Se dice que Kant desglosaba un argumento en una cuartilla y en la otra cara escribía su contrario. Así ejercitaba su capacidad de raciocinio. Yo siempre he usado con reticencia los peros, los "por el contrario" y las excepciones. Pero siempre caigo en ellos con un vicio irrefrenable.

 
Los rojos han cometido también muchos errores. El primero, mentir. Tras negarse rotundamente, aceptaron la celebración de elecciones en noviembre. Luego lo volvieron a rechazar. Uno de los líderes, el doctor Weng, me aseguró que la no violencia era un mandamiento irrenunciable de los camisas rojas. Ayer demostraron lo contrario.  

 
La propagada es connatural al Ejército. Esta mañana había un camión militar con altavoces en los que sonaba música pop. Es su estrategia para calmar a la población. El mensaje es: "Estamos para protegerte". No me lo pareció cuando los francotiradores hacían blanco en las cabezas de los manifestantes, la mayoría desarmados.

 
No me fío de los soldados. Y menos cuando se encuentran en mitad de una ofensiva militar en una megaurbe como Bangkok.

 
El miedo es irracional. En ocasiones hasta el punto de que no surge cuando vives situaciones reales de peligro. Al fotoperiodista italiano lo mataron en el Parque Lumpini. Trató de bordear el recinto para entrar llegar al campamento de los rojos. Pero se vio atrapado entre los dos fuegos. Yo tuve la misma idea unas dos horas antes. Llegó mi amigo Ángel y decidí quedarme en la retaguardia de los militares.

 
Por la mañana, algunos manifestantes recogían sus enseres para volver a sus hogares. Los autobuses partían llenos de gente humilde del norte y noreste. "Volveremos", decían algunos. ¿Un amenaza real o los últimos estertores del guerrero?

martes, 18 de mayo de 2010

Vídeo sobre los disturbios en Bangkok

Ya van por 37 muertos en Bangkok. Este vídeo lo grabé el viernes pasado. Ayer volví a la avenida Rama IV y los soldados y manifestantes se encontraba casi en el mismo lugar, a unos 400 ó 500 metros de distancia. Los jóvenes "camisas negras", la avanzadilla de los manifestantes, alimentaban un fuego con neumáticos. Bromeaban exultantes, mientras blandían sus tirachinas y barras de metal. La gran mayoría está desarmada. Los soldados disparaban esporádicamente con munición real. El Ejército no se atreve a entrar en el campamento de los camisas rojas en el distrito comercial de la capital para no provocar una masacre. Todavía quedan algunos niños y personas mayores. Si la violencia se extiende, podrían guarecerse en un  templo dentro de la zona ocupada por las protestas que los militares han prometido respetar. Muchos nos seguimos preguntando por qué las fuerzas de seguridad no son capaces de dispersar a los manifestantes con balas de goma y cañones de agua. Está visto que no tienen término medio.


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viernes, 14 de mayo de 2010

En primera persona

Cuando la bala perforó el cerebro del general disidente Khattiya Sawasdipol, yo debía estar comiéndome una salchicha de pollo o comprando un cigarro de tabaco tailandés. Momentos antes estuve grabando con mi cámara al militar mientras hablaba con otros periodistas. Sus últimas palabras antes de caer por un disparo efectuado por un francotirador. Ahora se encuentra en coma profundo en el hospital. Más muerto que vivo.

Tras ingerir la golosa salchicha, me encendí el cigarro vicioso. Anochecía en el parque Lumpini de Bangkok, donde unos miles de manifestantes llevan atrincherados más de un mes. Primero escuché los disparos que venían de fuera, probablemente de los soldados. Luego los "camisas rojas", como se hacen llamar los manifestantes, comenzaron a lanzar cohetes pirotécnicos. El olor a pólvora y violencia volvía a sumir el centro de Bangkok en un caos. Y los manifestantes han perdido a unos de principales benefactores, el general Khattiya.


Traté de salir del lugar escalando una valla del parque, pero alguien me advirtió de que era peligroso. "¡Nakhao, nakhao!" (¡periodista, periodista!), repetían. Un "camisa roja" se encomendó como mi protector. Con la banda sonora de los cohetes y los disparos, se arrodilló delante de mi, mientras apoyaba su mano en mi hombro. Tirado en el suelo, me sentí entre ridículo y protegido. 


Tras descargar el vídeo en la oficina, volví al lugar de los disturbios, en el centro de la metrópoli tailandesa. Los soldados se movían rápido, con sus escopetas de balas de goma y fusiles M16. A unos 200 metros, los manifestantes avasallaron dos camiones cisterna militares con cañones de agua. No podían contener su exaltación y júbilo ante la atrevida hazaña. Escoltaron a los aterrorizados soldados hasta fuera de su territorio. 


Al día siguiente -hoy-, pasé más de seis horas presenciando una batalla campal entre los soldados y los "camisas rojas". Los militares tiraron ráfagas de balas de goma. También con munición real. Los manifestantes disparaban con sus tirachinas y lanzaban cohetes. Yo aproveché las minitreguas que se concedían para correr de un frente al otro, bordeando las trincheras de sacos y alambres de espino. 


Contaba Ryszard Kapuscinski en su libro sobre la guerra de Angola, "Un día más con vida", que los corresponsales que viven los conflictos son los que menos información tienen. Él observaba con cierta envidia a los barcos fondeados en el horizonte, donde podían escuchar las últimas noticias. Aunque Kapuscinski preferió asumir las limitaciones y ventajas de poder contarlo en primera persona.


Internet y los móviles han resuelto, en parte, este inconveniente. Cada cierto tiempo, pude consultar los urgentes que me enviaba al móvil el diario tailandés The Nation. Un "camisa roja" muerto. Dos, tres. Decenas de heridos, tres de ellos periodistas.


Por el contrario, los rumores se contagiaban vertiginosamente en el campamento de los manifestantes en el distrito comercial de Bangkok. Las motos me pasaban como flechas, mientras los "camisas rojas" se resguardaban de los francotiradores, reales o no. Corrió la voz de que entraban los soldados. Mujeres con el miedo en los ojos pasaban junto a jóvenes con rabia desatada e indignación. 


Primero vi el humo verdoso. Unos manifestantes se tiraron sobre uno de los cabecillas para protegerlo con sus propios cuerpos. Otros corrían o se tiraban al suelo. Para ser gas lacrimógeno, no se me irritaron mucho los ojos. Ni rastro de militares. Su estrategia consiste en aislar las protestas, no cargar. Al menos, por el momento.


Mientras abandonaba el campamento, los "camisas rojas" rezaban. Una fila de monjes budistas con túnicas azafrán dirigían la oración desde el escenario. 


Tengo que admitir que no he observado el miedo en la mayoría de los transeúntes. Algunos grupos de tailandeses y turistas seguían las escaramuzas a cierta distancia. Me encontré a una linda joven alemana, de ascendencia egipcia, que grababa con su móvil a dos metros de los soldados disparando. Una aguerrida señora tailandesa, con su puesto ambulante, vendía café y té tailandés frente a una barricada de militares. Mientras me daba el té, soltó desafiante: "No tengo miedo, no tengo miedo".


   En los momentos más violentos, he sentido avalanchas de adrenalina, pero no susto ni pánico. No he sido consciente en que podía ser alcanzado por un disparo. Aunque llevan toda la razón del mundo, me molestan las miradas condescendientes de los periodistas de los medios consagrados. Mi cámara de aficionado tampoco ayuda, aunque tampoco necesito mucho más para grabar los violentos enfrentamientos. Tampoco tengo seguro médico. Pero esto es mejor no decirlo demasiado alto para no alarmar a mi familia.

viernes, 7 de mayo de 2010

Reflexiones poco diplomáticos de un embajador inglés

A Sir Anthony Rumbold le ocurrió lo peor que le puede pasar a un diplomático, que se haga pública una carta confidencial en la que haya dejado correr con libertad toda la punzante ironía de la que es capaz.
En julio de 1967, Sir Anthony escribió su último informe antes de abandonar su puesto como embajador de Gran Bretaña en Tailandia. Se trataba de una documento dirigido a su sucesor, al que le exponía con una honestidad casi hiriente sus opiniones sobre la política y la cultura tailandesas.
Casi al inicio del informe, dispara: "El nivel de inteligencia de los tailandeses es bastante pobre en lo general, más bajo que el nuestro y mucho más bajo que el de los chinos".
Sir Anthony describe algunas costumbres y usos tailandeses que no han cambiado demasiado. Como la proliferación de la corrupción en casi todos los niveles del Estado o la veneración que sienten por los escalafones. El ex embajador no lo mencionó en el texto. Pero hasta en los prostíbulos, las jerarquías son sagradas.
"El dinero es otro factor importante. Todos los tailandeses aman el dinero y su posesión se considera una señal de virtud o mérito", escribe más adelante.
Me encanta el último párrafo del informe. Tras las críticas y comentarios mordaces, su discurso se vuelve casi sentimental:
"Me he divertido mucho viviendo en Tailandia. Uno tendría que ser muy insensible o puritano para decir que los tailandeses no tienen nada que ofrecer. Es cierto que no tienen literatura, pintura o sólo tienen una tipo de música muy extraña; que la escultura, cerámicas y la danza son prestadas de otras culturas y que la arquitectura es monótona y la decoración espantosa. Nadie puede negar que el juego y el golf son los pasatiempos favoritos de los ricos y que la vida licenciosa es la preferida de todos ellos. Pero a los apagados europeos nos hace bien pasar algún tiempo con esta gente jovial, extrovertida y nada intelectual. Y si alguien quiere saber en qué consiste su cultura, la respuesta es que en ellos mismos, sus exquisitos modales, sus hábitos fastidiosos, sus gestos graciosos y actitudes elegantes. Si nosotros somos elefantes y bueyes, ellos son gacelas y mariposas. Por otro lado, me alegro de irme de aquí porque mi deterioro mental no se debe sólo a la edad madura sino a los efectos enervantes del clima que no se pueden combatir ni con ejercicio ni con aires acondicionados".

I have, &c.
A.RUMBOLD.