martes, 17 de junio de 2008

El Río Mágico

Antares, o Leee Kit Foong,se enamoró de aquel río. Dice que sintió las fuerzas misteriosas de la naturaleza e incluso el susurro de los elfos. El paraje le inspiró la idea para crear un harén de artistas, un lugar de encuentro propicio para la creatividad. Lo llamó el Río Mágico, un rincón maravilloso a dos horas en coche de Kuala Lumpur, la capital de Malasia.

Recuerdo que cuando mi amiga me habló de Antares, lo imaginé como una especie de hechicero hippy de los sesenta algo desfasado.


Antares con amigos en Río Mágico


Nos recibió vestido con un "baju melayu", una pieza de tela que se enrolla a forma de falda y se sujeta en las caderas. Al llegar, Noora, su esposa se tiró a mis brazos. Antares me dijo que le gusté a primera vista.

Al poco tiempo ya estábamos hablando sobre lo terrenal y lo sagrado. Momento propicio para preguntarle:

- ¿Qué crees que hay después de esta vida?

Imaginé que era la pregunta más apropiada para un artista como él, interesado en la mitología popular y las ciencias esotéricas.

Comenzó a hablarme de las sociedades secretas en Europa y sobre los misterios paganos ocultos en las iglesias medievales al sur de Francia. No me respondió la pregunta, pero me pareció un tío muy interesante.

Finalmente, Antares creó la comuna de artistas a principios de los años noventa del pasado siglo. Amigos de toda Malasia y otras partes del mundo se dejaban caer en el Río Mágico para escribir, pintar o crear música.

El Río Selangor, que dio pie a esta aventura creativa, rezuma una energía especial. Así, ha sido hogar durante miles de años del pueblo indígena de los Orang Asli, los primeros habitantes de Malasia. A pesar del avance arrollador de la modernidad malasia, las leyendas y mitologías de este pueblo milenario parecen cobrar vida en el Río Mágico.

El arrullo salvaje del agua, el trino de los pájaros y el fuerte aroma de la selva húmeda relatan las eternidades de la naturaleza.

Antares tuvo que abandonar la vivienda donde había establecido el lugar de culto, pero el proyecto de Río Mágico continúo de cierta forma. El artista malasio se fue a vivir con los temuan, la mayor tribu de los orang asli, y allí sigue recibiendo al visitas de escritores, artistas y librepensadores de todo el mundo.

Se enamoró de una chica temuan, se casó con ella y desde entonces ha vivido entre los indígenas malasios.



Antares con su mujer Anoora



"La madre Anoora pensaba que su hija está sometida al influjo de un encanto porque no es normal. Yo creo que nuestro vínculo nos precede a los dos. He tenido un hijo con ella y quiero pasar el resto de mi vida aquí. Ella es como una niña, inmadura y espontánea, pero también tiene un espíritu profundo", me contó Antares.

Anoora, que en la "civilización" iría a clases especiales, en el Río Mágico disfruta la libertad inocente y letal de la jungla y convive feliz con el enigmático Antares, al que nunca abandona un cáustico y fino sentido del humor.

Antares recopiló en el libro "Tana Tujuh" ("Séptimo Mundo") las leyendas transmitidas por tradición oral entre los temuan. El ejemplar recoge las tradiciones ancestrales y una visión cosmológica del inicio del mundo. El título, "Séptimo Mundo", hace referencia a la Tierra, el séptimo de los mundos que hay en el universo.




Niño de tribu temuan

"Había un hombre mayor en el poblado, llamado Diap, quien contaba buenas historias después de beber un par de cervezas. Murió en 1997, pero tuve la suerte de poder recoger muchas en un cuaderno que llevaba siempre conmigo".

Antares ha dedicado gran parte de su vida a luchar por los derechos de los temuan y preservar su legado cultural y musical.

Detrás de su casa, ha construido una cabaña a la que llama el "Palacio de Bambú". Cientos de amigos y personas que han escuchado hablar del Río Mágico, siguen visitando todos los años el hogar de Antares. Allí, las historias de este histriónico y a veces grave artista abren las puertas a otros mundos y osadas formas de pensar.

Si quieres saber algo más de él puedes visitar su blog http://magickriver.blogspot.com/ o buscar su nombre en Google. Sólo tendrás que leer en ingles ).


jueves, 5 de junio de 2008

Los pescadores de Cavite

La basura alfombra las playas de Calibuyo, una pequeña ciudad pesquera cercana a Manila, la capital filipina. Las nubes cubren el cielo y las olas del mar rugen revueltas por el último tifón que azotó estas costas.
En este lugar la pobreza se abraza con la sencillez y la hospitalidad. Los habitantes de este poblado, situado en la provincia de Cavite, no dudan en compartir con el visitante su arroz. También el pollo y el pescado, que suelen tomar los días de fiesta.



Playa de Calibuyo (Cavite), en Filipinas


Cavite, a 50 kilómetros de la capital, es otro mundo. Mi estrecho estudio en el centro financiero, Makati, pertenece a otra dimensión financiera y cultural. Pasé de los rascacielos y la polución de la urbe a las chabolas y las redes de pesca. Muchos urbanitas de Makati jamás han pisado Cavite, pero menos personas en Calibuyo han viajado nunca a Manila. Algunos se encontraron conmigo al primer hombre occidental.
Nunca hubiera llegado a Cavite sin mi amiga Rochelle, que trabaja en el una tienda de ultramarinos cerca de mi apartamento. Proviene de las provincias, donde toda su vida ha vivido al ritmo que marca la Luna a las plantaciones de arroz. Su sonrisa limpia y franca descubre una alegría un poco salvaje, muy espontánea. Rochelle es honesta por naturaleza, su educación es casi intuitiva. Le estoy muy agradecido por invitarme a Calibuyo.
Allí, compartí conversaciones y risas con su amiga Rosemary, su hermana Aylin y su hija de cuatro años.
Para algunos de mis conocidos más refinados, Rochelle puede resultar infantil y "nada guay". Pero yo también me escandalizo a veces de las frivolidades y la falsedad de la clase privilegiada (otros lo son más, cierto) a la que pertenezco.
"Antes sólo me podía permitir enviar a dos de mis hijos a la escuela, pero el curso que viene no podré mandar a ninguno", relata un pescador, quien sobrevive con menos de un dólar al día.
La crisis económica, el encarecimiento de los alimentos y de los combustibles, significa agonía y desesperanza para los que menos tienen. Muchos niños de Calibuyo no pueden ir al colegio y, en su lugar, recolectan piezas de metal y almejas que venden al peso. La mayoría empieza a trabajar antes de que sus cuerpos florezcan en la pubertad.



Niños posan en una calle de Calibuyo


Las mujeres bañan a sus hijos en duchas improvisadas en las fuentes callejeras. Dos largas calles pavimentadas forman la espina dorsal del pueblo. De estas dos arterias, nacen intrincados caminos de tierra que conducen a chamizos construidos unos de ladrillo y otros con cañas y placas de uralita.
Con la tormenta, los pescadores no pueden salir a faenar. Los hombre de la mar beben ginebra en el sopor de la tarde y las mujeres cuidan de sus numerosas camadas. Lo sé, la igualdad de género no se practica en Filipinas, tierra de machistas. Eso sí, todos ellos van al karaoke. Cantan en chiringuitos construidos en primera línea de playa, con el son de las olas de fondo.



Mujeres bañan a sus hijos en una fuente



Rochelle frente a la casa de su amiga Aylin



Pescadores de Calibuyo con autor del blog